UN CUENTO EJEMPLAR
El conde Lucanor no sabía qué hacer con una pequeña cantidad
de dinero que le había sido otorgada tras la muerte de un familiar. Pues
consideraba innecesaria esa herencia en su vida, pero se avergonzaba de lo poco
que era para entregar a cualquier personas por muy necesitada que estuviese. Al
no saber qué hacer le preguntó a Patronio y le respondió con el siguiente relato:
Erase una vez en una ciudad como cualquier otra en un
momento indeterminado de la historia, un pobre con una sola moneda de oro que
acaba de conseguir tras largas horas de esfuerzo y trabajo. Por otro lado había
un rico muy rico, hasta tal punto que tenía una habitación en su palacio
destinada a almacenar lingotes de oro, joyas y tesoros. Por una simple
casualidad ambos se cruzaron y vieron que en lado derecho de la calle en el
suelo sentado, había un joven huérfano necesitado. El hombre pobre le entregó
la única moneda que tenía y el rico le
otorgo con gran orgullo tres de sus brillantes lingotes de oro. Para su asombro,
el agradecimiento y la sonrisa más grande fue para el pobre, pues le dio todo
lo que tenía, mientras que al rico apenas lo miró.
El conde vio que Patronio le había aconsejado muy bien, obró
según sus recomendaciones y le fue muy provechoso hacerlo así.
Y, viendo don Juan que este cuento era muy bueno, lo mandó
escribir en este libro e hizo esta frase que condensa toda su moraleja:
“Cada persona ofrece
lo que es, pues más rico no es el que más tiene, sino el que más da”.


